Anteanoche, al dormir,
apreté tanto las mandíbulas, por los nervios que tenía de volver a verte y que habláramos, que hoy (ya después de sucedido) desperté con la luna y un dolor que no me dejaba más opción
que irme al sofá a ver amanecer y tomar un té, con la esperanza de
poder conciliar el sueño nuevamente.
Decía, en algún lado
–ahora no recuerdo–, que quien una vez abrió los ojos ya no
puede volver a dormir...
Para matar el hambre, hoy, siendo que a la boca no podía casi abrirla, tuve que
hacerme un puré, como si volviera a niña (pero dándome yo misma
las cucharadas).
Es extraño cómo algo que podría ser hermoso puede hacerte apretar tanto los dientes.