Asustada,
por la niña grande
que me pedía cobijo por aquellos años.
Claro que iba a dárselo,
cómo no iba hacerlo,
cuidaba de ella tan dulce y fieramente
como ella me había mecido en la cuna a
mí.
Y hoy quiero llevarla en mi cuerpo,
y no.
Quiero cortarme lentamente y tatuarme
el nombre
que ella me daba.
Y no.
No quiero seguir desgarrándome.
Siempre estás en mi cuerpo,
y siempre quisiera volver a levantar la
cabeza
frente a los tres sonidos de mi nombre,
y aún a veces veo tu pelo en la ciudad,
en alguna chica de rulos.
Hoy casi tenemos la misma edad,
y yo casi creo ser capaz de colorear
esta herida.
Y casi que no.